Si has llegado aquí es porque viste la historia de Pablo.
Pablo no era un alumno “brillante”, ni tenía una memoria prodigiosa.
Era una persona normal, con su trabajo, su familia y sus días buenos y malos.
El primer año se quedó a las puertas. Suspendió por muy poco.
Y, como muchos, pensó en rendirse.
Cuando vino a hablar conmigo, me dijo algo que no se me olvida:
“No fallé por no estudiar, Arturo. Fallé por no saber calmarme.”
JOSE ÁNGEL
De ahí nació esta guía. No para hablar de técnicas milagrosas, sino de lo que realmente te sostiene cuando parece que todo se tambalea: la resiliencia.
Ser resiliente no es aguantarlo todo ni tragarte las emociones. Tampoco es sonreír cuando todo va mal. Es algo más simple (y más valiente): seguir, pero con conciencia de lo que te está pasando. Resiliencia es darte permiso para caer sin convertirlo en un fracaso. Es saber que parar un día no es rendirse. Y sobre todo, es aprender a escucharte, para ajustar el rumbo antes de romperte.
Los nervios son una forma de energía. El problema no es sentirlos, sino no saber qué hacer con ellos. A veces llegan justo cuando más preparado estás. No porque no controles el temario, sino porque tu mente no confía en ti. Por eso, antes de estudiar más, tienes que aprender a bajar el volumen del ruido mental.
Al final de un día en el que te sientas bloqueado o frustrado, escribe tres frases:
No lo hagas para juzgarte.
Hazlo para mirarte desde fuera, con un poco más de calma y menos castigo.
Antes de ponerte a estudiar, prueba esto:
Inhala en 4 segundos.
Exhala en 6.
Hazlo durante 2 minutos, sin más.
Tu cerebro entenderá que no hay peligro y bajará pulsaciones.
Es la forma más rápida de recuperar foco cuando todo te abruma.
El perfeccionismo engaña: parece compromiso, pero muchas veces es miedo a fallar. Te hace repetir, revisar y retrasar, como si cada detalle tuviera que ser impecable. En realidad, no busca mejorar, busca protegerte del error. Pero en una oposición, esperar a hacerlo perfecto es una forma lenta de rendirse. Lo que te acerca a la plaza no es hacerlo sin fallos, sino seguir avanzando incluso cuando no todo sale bien.
Imagina la escena real del examen: el aula, el papel, tu bolígrafo.
Siente cómo respiras despacio y empiezas el test con serenidad.
No visualices que apruebas, visualiza que te mantienes tranquilo.
Cada mañana, mírate un segundo y repite:
“No tengo que hacerlo perfecto. Solo tengo que hacerlo hoy.”
No es un mantra mágico, es un recordatorio.
Te centra en lo único que puedes controlar: el presente.
Antes de ponerte a estudiar, prueba esto:
Inhala en 4 segundos.
Exhala en 6.
Hazlo durante 2 minutos, sin más.
Tu cerebro entenderá que no hay peligro y bajará pulsaciones.
Es la forma más rápida de recuperar foco cuando todo te abruma.
Pablo llegó a la academia con ilusión y mucho trabajo detrás. Había estudiado durante meses, se sabía el temario al detalle y tenía claras sus rutinas. Pero el día del examen, algo se torció. Los nervios, las voces de fuera diciéndole cómo debía hacerlo, la presión de querer demostrar que valía… Todo se mezcló y le jugó una mala pasada. No rindió como sabía. Suspendió por poco, pero el golpe fue grande.
Aun así, no se rindió. Volvió a la academia, esta vez con otra actitud. Dejó de obsesionarse con controlar cada cosa y empezó a centrarse en lo que dependía de él: su calma, su constancia, su manera de hablarse cuando fallaba.
Al año siguiente, Pablo volvió al examen.
Mismo temario. Mismo tribunal.
Pero otra cabeza.
Entró al aula más tranquilo.
Y aprobó.
Hoy trabaja en el INS, aquí en Murcia.
Va andando al trabajo, sin grandes gestos, pero con esa sonrisa de quien se sabe capaz.
No sé en qué punto estás tú ahora.
Quizás empezando.
Quizás después de un suspenso que dolió más de lo esperado.
Pero si algo quiero que te quede de esta guía es esto:
👉 No se trata de ser el mejor. Se trata de no dejarte solo cuando lo estás intentando.

CEO de ALC ENTRE PLANTAS| Preparador gestión financiera y contratación pública.